Más allá del penacho: Adorno cefálico, identidad y realidad histórica en la cultura mapuche
Introducción: La deconstrucción de un símbolo panindígena
La pregunta sobre si el pueblo mapuche utilizó plumas en la cabeza es, en apariencia, sencilla. Sin embargo, su respuesta exige una cuidadosa deconstrucción de una de las imágenes estereotipadas más persistentes y globalizadas del imaginario colectivo: la figura del «indio con plumas». Esta representación, arraigada profundamente en la cultura popular a través del cine, la literatura y la iconografía comercial, ha creado una imagen panindígena que fusiona y distorsiona las identidades de cientos de pueblos originarios del continente americano, borrando sus especificidades culturales. Si bien las fuentes históricas confirman de manera inequívoca un uso limitado y contextualmente específico de plumas por parte de los mapuches, esta práctica no guarda relación alguna con los vistosos y elaborados tocados que dominan la imaginación global.
El presente informe argumenta que los verdaderos emblemas de la identidad, el estatus y la cosmovisión mapuche, expresados a través del adorno cefálico, no residen en el arte plumario, sino en el profundo simbolismo de sus textiles tejidos y en el poder luminoso de su orfebrería en plata. Se demostrará que el trarilonco, la faja o cintillo que ciñe la cabeza, es el adorno craneal mapuche por excelencia, un objeto cargado de significado que articula el pensamiento, el linaje y la conexión con el territorio. A través de un análisis riguroso de crónicas coloniales, colecciones de museos, archivos fotográficos de los siglos XIX y XX y documentación etnográfica contemporánea, este estudio se propone ofrecer una respuesta exhaustiva y matizada. Para ello, se establecerá primero la base auténtica de los adornos de cabeza mapuches, para luego examinar la evidencia histórica sobre el uso de plumas, analizar el elocuente silencio del registro visual de la era moderna y, finalmente, situar las prácticas mapuches en un contexto comparativo más amplio para subrayar su singularidad cultural.
Capítulo 1: El tejido de la identidad – Principales adornos de cabeza mapuches
Para comprender la verdadera naturaleza del adorno cefálico en la cultura mapuche, es imperativo desplazar el foco de la pluma hacia los materiales que constituyen el núcleo de su expresión estética y simbólica: el textil y la plata. Estas materias primas no son meros soportes decorativos, sino vehículos de un complejo lenguaje que comunica identidad, estatus social y una profunda cosmovisión.
El Trarilonco: Tejiendo el pensamiento y el linaje
El adorno de cabeza más representativo y fundamental del pueblo mapuche es el trarilonco (del mapudungun trari, atar, y lonko, cabeza).[1] Se trata de un cintillo o faja, utilizado tanto por hombres como por mujeres, que cumple funciones que trascienden lo puramente ornamental. En su forma más tradicional, es una pieza textil elaborada con lana de oveja en un telar vertical o witral. Estas fajas se caracterizan por sus complejos diseños geométricos, conocidos como wirin o ñimin, a menudo presentados en esquemas de dos o más colores.[2, 3, 4] Para los hombres, y en particular para los lonko (líderes), el trarilonco es una prenda ceremonial indispensable, utilizada para ceñir el cabello durante rituales de gran importancia como el nguillatun (rogativa comunitaria) y el palin (juego ritual similar al hockey).[2, 5]
El significado del trarilonco es profundo y multifacético. No es simplemente una banda para sujetar el pelo, sino un «resguardo del pensamiento» y una manifestación tangible de la sabiduría y la conexión con el linaje ancestral.[6, 7] Los diseños tejidos en su superficie constituyen una forma de escritura no alfabética, un código visual que puede transmitir información sobre la identidad territorial del portador, su familia y su lugar en el cosmos.[4, 8] Frecuentemente, estos patrones se organizan en torno al número cuatro, cifra sagrada en la cosmovisión mapuche que representa el equilibrio del universo.[4]
La insistencia de las fuentes en describir el trarilonco como un medio para «afirmar las ideas y otorgar protección» [4] o como un símbolo del «pensamiento y la sabiduría» [7] revela una concepción particular del cuerpo. En la cosmovisión mapuche, la cabeza (lonko) no es solo el centro del intelecto, sino un espacio sagrado que alberga la identidad personal y espiritual. Por lo tanto, su adorno principal, el trarilonco, no actúa como un simple accesorio, sino como una armadura conceptual y protectora que organiza y salvaguarda la esencia más vital del individuo. Su propósito es, en su raíz, intelectual y espiritual, mucho más que decorativo.
El Trarilonco de plata: Manifestación de prestigio y poder
Con el tiempo, y especialmente durante el apogeo económico del pueblo mapuche, el trarilonco textil evolucionó para incorporar la plata, dando lugar a una de las piezas más espectaculares de la orfebrería mapuche. Esta variante puede adoptar diversas formas: desde una cadena de eslabones rectangulares de plata que rodea la cabeza, de la que penden numerosos discos o monedas que producen un «sutil tintineo al movimiento» [9], hasta una faja de lana densamente «tapizada con discos de plata» o pequeñas cúpulas semiesféricas.[10] En la actualidad, es común encontrar versiones fabricadas en alpaca, una aleación metálica que sustituye a la plata.[1, 9]
El auge de la platería mapuche, entre finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, está directamente vinculado al control que ejercían las distintas alianzas territoriales mapuches sobre el comercio de ganado desde las pampas argentinas hacia el centro de Chile.[5] Esta prosperidad económica permitió a los lonko y a los hombres de alto rango demostrar su poder y prestigio social exhibiendo a sus mujeres ricamente enjoyadas. El testimonio de Pascual Coña, un destacado cronista mapuche de principios del siglo XX, es elocuente: señala que los hombres comunes apenas llevaban plata sobre sí, aunque los antiguos caciques a veces ceñían su cabeza con un aro de plata. El verdadero orgullo masculino, sin embargo, residía en los lujosos adornos de plata de sus caballos.[11] Esto posiciona al trarilonco de plata, especialmente el femenino, como un marcador central del estatus y la riqueza familiar.
Esta transición del trarilonco puramente textil a su versión en plata refleja un cambio más amplio en la sociedad mapuche sobre cómo se manifestaba el poder. Mientras que la faja tejida es portadora de un conocimiento simbólico e interno (linaje, cosmología, territorio) [4, 8], la versión en plata, sin perder esta carga simbólica, añade una dimensión externa y cuantificable de riqueza y poder político.[5, 11] El sonido producido por las medallas colgantes anunciaba la presencia del portador no solo visualmente, sino también auditivamente, marcando su paso en ceremonias y reuniones sociales.[9] De este modo, el trarilonco de plata se convierte en un objeto híbrido que encarna tanto la cosmología ancestral codificada en los textiles como las nuevas realidades económicas y políticas de una sociedad soberana y próspera.
Adornos de cabeza femeninos: El Munulongko y el Nitrowe
Además del trarilonco, que es compartido por ambos sexos, existen adornos de cabeza específicamente femeninos que completan el atuendo tradicional.
El más común es el munulongko, un pañuelo o pañoleta, generalmente de tela o seda de colores vivos, que se ata sobre la cabeza.[12, 13] Su uso se mantiene vigente en la actualidad, sobre todo entre las mujeres mayores de las comunidades rurales, quienes lo portan en su vida cotidiana y en ocasiones especiales.[14]
Un adorno mucho más elaborado y de carácter ceremonial es el nitrowe (también llamado ngütrowe). Consiste en una larga cinta de lana que se decora profusamente con pequeñas cúpulas de plata, conocidas como llef-llef.[6, 11] Esta cinta no se coloca directamente sobre la frente, sino que se entrelaza y enrolla con las trenzas del cabello. Al cruzar las trenzas adornadas sobre la cabeza, se crea el efecto de un turbante ceremonial, demostrando una sofisticada integración entre el peinado, el arte textil y la orfebrería.[6]
La distinción entre los adornos masculinos y femeninos revela una diferenciación de género en la expresión de la identidad. El trarilonco masculino se ciñe directamente sobre la frente, el «resguardo del pensamiento», enfatizando la autoridad intelectual y el liderazgo asociados al lonko (cabeza/líder).[6, 7] En cambio, los adornos femeninos como el munulongko y el nitrowe se integran con el cabello, un potente símbolo de la fuerza vital, la feminidad y la continuidad del linaje. Estos adornos forman parte de un conjunto corporal más amplio que incluye una profusión de joyas de plata en el pecho (trapelacucha, sekil), las orejas (chaway) y las manos, que en su totalidad proclaman la riqueza, la fertilidad y la vitalidad de la familia y el linaje de la mujer.[5]
Capítulo 2: Ecos del pasado – Evidencia histórica del uso de plumas
Aunque los textiles y la plata son los elementos dominantes en el adorno cefálico mapuche, un análisis crítico de las fuentes escritas, particularmente de las crónicas del período colonial, confirma que las plumas tuvieron un lugar, aunque acotado y específico, en la indumentaria mapuche. Su uso estuvo fuertemente asociado a contextos de guerra y, en menor medida, a rituales específicos.
El guerrero del siglo XVI: El relato de Gerónimo de Bibar
La evidencia más temprana y explícita sobre el uso de plumas proviene de la crónica de Gerónimo de Bibar, quien fue testigo presencial de las primeras etapas de la Guerra de Arauco a mediados del siglo XVI. En su descripción de los guerreros mapuches, Bibar detalla el uso de celadas (una especie de casco) fabricadas con cuero endurecido. Para infundir temor en sus enemigos, relata que los guerreros a menudo coronaban estos cascos con las cabezas disecadas de animales como pumas (a los que llama «leones»), jaguares («tigres») o zorros, en un acto de «bravosidad».[15] La cita crucial de Bibar añade: «llevan detrás sus plumajes».[15]
Este testimonio es de un valor incalculable. No solo confirma el uso de plumas, sino que lo sitúa dentro de un contexto muy particular: como parte del atavío de guerra, diseñado para proyectar una imagen feroz e intimidante. Las plumas no constituyen un tocado independiente, sino que son un complemento de un adorno totémico más complejo: la cabeza del animal. Se cree que esta práctica tenía como fin invocar el espíritu y las características del animal en combate, otorgando al guerrero su fuerza, astucia o ferocidad.[14] Por lo tanto, no se trata de un tocado de plumas en el sentido convencional, sino de un elemento dentro de un elaborado y aterrador disfraz marcial.
El penacho del siglo XVIII: Guerra y diademas
Doscientos años después de Bibar, otro registro histórico, fechado a finales del siglo XVIII y citado en una publicación del Museo Mapuche de Cañete, vuelve a asociar las plumas con la guerra. El texto describe que los «araucanos» usaban una faja a modo de diadema en la cabeza, adornada con cuentas de vidrio y piedras. La fuente especifica que «cuando van a la guerra la adornan con un bellísimo penacho de finas plumas de diversos colores».[16, 17]
Este relato corrobora la fuerte y persistente conexión entre los adornos de plumas y el ámbito bélico. El uso del término penacho sugiere un manojo, moño o ramillete de plumas, una forma muy distinta a la gran corona radial característica de los pueblos de las llanuras de Norteamérica. Este adorno, al igual que en el siglo XVI, parece haber sido un distintivo de los guerreros en campaña, no un elemento de uso cotidiano o un símbolo permanente de estatus.
Plumas en el ritual: El Kamarikun y el ñandú
Además del contexto bélico, existe evidencia, proveniente de la tradición oral, que sitúa el uso de plumas en el ámbito ritual. Un relato describe la celebración del kamarikun o nguillatun, una de las ceremonias más importantes de la cosmovisión mapuche. Según esta fuente, «para bailar el kamarikun se ponían plumas… las plumas eran de avestruz [ñandú], se ponían como una vincha».[18]
Este testimonio introduce un segundo contexto, no marcial, para el uso de plumas. El ñandú (choike) es un ave de gran importancia en la cosmología y la vida social mapuche, y su danza (choike purrun) es una parte integral de la ceremonia.[18] El uso de sus plumas, dispuestas de manera sencilla como una vincha (cinta o diadema), conectaría simbólicamente al danzante con el espíritu y el poder de este animal sagrado dentro del espacio ritual. No obstante, esta práctica sigue siendo distinta de un tocado permanente que denote jerarquía; es, más bien, un accesorio ritual para un momento específico.
La naturaleza de los contextos descritos —la guerra y danzas rituales específicas— sugiere que estos eventos eran de carácter temporal y extraordinario. Los materiales asociados a ellos, como las plumas y las pieles de animales, son orgánicos y, por naturaleza, perecederos. Esto contrasta marcadamente con los textiles y la plata, materiales duraderos que se transmitían de generación en generación como patrimonio familiar.[11] El trarilonco de plata y las joyas pectorales como la trapelacucha son marcadores permanentes de identidad, linaje y riqueza. Esta distinción apunta a una diferencia fundamental en la cultura material mapuche entre el adorno efímero y el permanente. Las plumas parecen haber formado parte de un atuendo transformador, usado para asumir un estado temporal y excepcional (el de guerrero en batalla, el de danzante en comunión con lo sagrado). Por el contrario, los textiles y la plata constituyen un atuendo emblemático, portado para afirmar una identidad social duradera (linaje, estatus, riqueza). El registro histórico sobre las plumas captura una práctica de transformación situacional, mientras que el registro material de la plata y los textiles codifica un estatus social permanente.
Capítulo 3: El registro visual – Ausencia e interpretación en la era fotográfica
La llegada de la fotografía al sur de Chile a mediados del siglo XIX marcó el inicio de un nuevo tipo de registro documental. Aunque a menudo mediado por una mirada colonial y escenificado, este archivo visual ofrece una ventana sin precedentes a la cultura material mapuche durante un período de profundas transformaciones. El análisis de este vasto cuerpo de imágenes es crucial, no solo por lo que muestra, sino, sobre todo, por lo que omite de manera sistemática.
El auge de la fotografía etnográfica
Fotógrafos pioneros como Gustavo Milet, Odber Heffer y Christian Enrique Valck, entre otros, viajaron por el territorio mapuche entre las décadas de 1860 y principios del siglo XX.[19, 20] Crearon miles de imágenes, desde retratos de estudio cuidadosamente compuestos hasta escenas de la vida cotidiana en las recién establecidas reducciones.[21, 22] Este período coincide con el fin de la autonomía territorial mapuche tras la llamada «Pacificación de la Araucanía» (finalizada en 1883), un contexto de despojo y reasentamiento forzado que redefinió drásticamente las estructuras sociales y políticas del pueblo mapuche.[21, 23]
La evidencia abrumadora: Un mundo sin tocados de plumas
Una revisión sistemática de los archivos fotográficos disponibles en colecciones públicas como las de Memoria Chilena, el Museo Histórico Nacional y el Museo Chileno de Arte Precolombino revela un patrón visual extraordinariamente consistente: la ausencia total de tocados de plumas.[19, 20, 24, 25] En cientos de fotografías que retratan a lonko, machi (autoridades espirituales), familias y comunidades enteras, tanto en su vestimenta diaria como en la que parece ser de uso ceremonial, no hay un solo ejemplo de un individuo portando un tocado de plumas, ya sea un simple penacho o una corona elaborada.
Por el contrario, estas mismas fotografías confirman de manera abrumadora la preeminencia del trarilonco como el adorno de cabeza masculino por excelencia. Imágenes icónicas, como el «Grupo de longko mapuches con manta y trarülongko» (ca. 1890) o el retrato del Cacique Lloncon (ca. 1900), muestran a estas autoridades luciendo sus cintillos textiles o de plata como claro emblema de su rango.[20] De igual manera, los retratos de mujeres de la época las muestran con sus característicos munulongko (pañuelos) y su profusa joyería de plata, pero sin rastro de adornos de plumas.[24, 25]
Interpretando la ausencia: Un cambio cultural solidificado
Esta notoria ausencia en el registro fotográfico no puede ser una simple coincidencia. Su explicación reside en la confluencia de dos factores históricos cruciales. Primero, la era de la fotografía en la Araucanía comienza precisamente cuando termina la era de la guerra a gran escala.[21, 23] Con la imposición del sistema reduccional, la principal función histórica de los adornos de plumas —como parte del atavío bélico— se había vuelto funcionalmente obsoleta. El guerrero mapuche, tal como lo describieron los cronistas, había dejado de existir como figura central de la vida social.
Segundo, este mismo período de post-guerra y sedentarización forzada fue testigo de la consolidación definitiva de la plata como el nuevo y principal lenguaje del poder y el prestigio.[5, 11] En un mundo donde el liderazgo ya no se definía principalmente en el campo de batalla, sino a través de la capacidad de negociación política con el Estado chileno y la gestión de la riqueza familiar dentro de los límites de la reducción, el trarilonco de plata se convirtió en el emblema perfecto para esta nueva realidad. Las fotografías, por tanto, no capturan una cultura inmutable, sino una sociedad en plena transición, que había reafirmado y adaptado sus símbolos de estatus a un nuevo orden social y político.
El archivo fotográfico cumple así una función dual y paradójica. Por un lado, constituye la evidencia negativa más sólida de que los tocados de plumas no formaban parte de la cultura material mapuche en la era moderna. Documenta con precisión el uso del trarilonco y otras prendas, ofreciendo un contrapunto fáctico al estereotipo. Por otro lado, el propio acto de crear una «imagen» fija y reproducible del pueblo mapuche, destinada a un público externo, lo insertó en una economía visual global.[20, 26] En este escenario más amplio, la imagen específica y culturalmente precisa del lonko con su trarilonco no pudo competir con la fuerza visual de un estereotipo panindígena mucho más dramático y ya consolidado: el jefe de las llanuras con su warbonnet. La ausencia de plumas en las fotografías es un hecho histórico irrefutable, pero este hecho no fue suficiente para impedir la imposición posterior de una ficción visual.
Capítulo 4: Un mosaico regional – El adorno mapuche en el contexto sudamericano
Para desmantelar por completo el estereotipo panindígena y apreciar la singularidad de las tradiciones mapuches, es fundamental realizar un análisis comparativo con otros pueblos originarios del continente. Este ejercicio revela que el uso, los materiales y el significado de los adornos de cabeza varían drásticamente de una cultura a otra, demostrando que no existe un «tocado indígena» único, sino una rica diversidad de expresiones culturales.
La especificidad del adorno mapuche
Como se ha establecido en los capítulos anteriores, la tradición mapuche privilegia el textil y la plata como medios para el adorno cefálico. El trarilonco, en sus variantes de lana y metal, se erige como el símbolo central, vinculado al pensamiento, la autoridad, el linaje y la riqueza. El uso de plumas, documentado históricamente, fue una práctica menor, contextualmente limitada a la guerra y a rituales específicos, y sin continuidad en el registro material o visual de la era moderna.
Vecinos en la Patagonia: Los Selk’nam y Tehuelche
En contraste directo con los mapuches, sus vecinos del extremo sur, los Selk’nam de Tierra del Fuego, sí otorgaron un lugar más prominente a las plumas en sus adornos. Los hombres Selk’nam portaban tocados de plumas muy admirados, llamados ohn u oon, y utilizaban una pieza frontal triangular, el kochel, durante las cacerías.[27] De manera aún más significativa, sus chamanes (xo’on) vestían tocados de plumas finas, conocidos como po’or, durante ceremonias de gran importancia espiritual.[28, 29] Esta comparación demuestra que, incluso entre pueblos geográficamente cercanos y con posibles orígenes comunes (se considera que los Selk’nam son una rama de los Tehuelche) [29], las prácticas culturales en torno al adorno plumario eran notablemente diferentes.
El arte del plumaje: Los pueblos amazónicos
Si se dirige la mirada hacia la cuenca del Amazonas, el contraste se vuelve aún más pronunciado. Para innumerables pueblos amazónicos, como los Kayapó o los Yanomami, el arte plumario no es un elemento secundario, sino una de las formas más elevadas y sofisticadas de expresión artística y cultural.[30, 31, 32, 33] Utilizando las vibrantes plumas de guacamayos, tucanes y otras aves tropicales, elaboran impresionantes coronas, diademas y adornos corporales que son fundamentales para su cosmología, su estructura social y su vida ritual. El arte plumario en la Amazonía es un campo de una complejidad y una belleza extraordinarias, lo que subraya la trayectoria cultural divergente del pueblo mapuche, cuyo genio artístico se concentró en la textilería y la metalurgia.
El «Warbonnet» norteamericano: Deconstruyendo el estereotipo global
Finalmente, es necesario identificar con precisión el origen del estereotipo global. La icónica corona de plumas radiales, conocida popularmente como warbonnet, es una tradición específica de los pueblos de las Grandes Llanuras de Norteamérica, como los Lakota (Sioux), los Cheyenne y los Pies Negros.[34, 35] Su significado y construcción son altamente específicos y no pueden ser extrapolados a otras culturas. Tradicionalmente, estaba hecho con plumas de águila real, y cada pluma debía ser ganada a través de un acto de valentía en batalla o un hecho de gran generosidad para la comunidad.[34, 36] Por lo tanto, el warbonnet no era un simple adorno, sino un registro visual de los logros de un hombre, un símbolo de profundo poder espiritual y una insignia de liderazgo respetado. Fue la espectacularidad visual de este tocado, ampliamente difundida a través de la fotografía, los espectáculos del «Salvaje Oeste» y el cine, lo que lo convirtió en el arquetipo erróneamente aplicado a todos los pueblos indígenas del continente.
La siguiente tabla resume estas diferencias fundamentales, ofreciendo una herramienta visual clara para desmantelar el estereotipo y apreciar la diversidad cultural.
Tabla 1: Análisis comparativo de adornos de cabeza indígenas
| Grupo Cultural | Adorno de Cabeza Principal | Materiales Dominantes | Contexto de Uso Principal | Significado Simbólico Central |
|---|---|---|---|---|
| Mapuche | Trarilonco | Lana, Plata, Alpaca | Liderazgo, Ceremonia, Estatus Social | Sabiduría, Protección del Pensamiento, Linaje, Riqueza [4, 7] |
| Selk’nam | Ohn, Kochel, Po’or | Plumas, Piel de animal | Caza, Ritual Chamánico, Adultez | Poder Espiritual, Conexión con Espíritus Animales, Estatus [27, 29] |
| Amazónicos (ej. Kayapó) | Coronas de Plumas (Akrõ) | Plumas de Guacamayo, Tucán, Loro | Ceremonia, Jerarquía Social, Guerra | Identidad Social, Cosmología, Conexión Espiritual [30, 33] |
| Llanuras de Norteamérica (ej. Lakota) | Warbonnet | Plumas de Águila, Armiño, Cuentas | Liderazgo, Ceremonia, Exhibición de Honores | Honores Ganados, Valentía, Poder Espiritual, Autoridad [34, 36] |
Conclusión: Una comprensión matizada más allá del estereotipo
En respuesta directa a la pregunta inicial, la evidencia analizada permite concluir afirmativamente: el pueblo mapuche sí utilizó plumas en sus cabezas. Sin embargo, esta afirmación requiere una cualificación inmediata y rotunda. Se trató de una práctica históricamente documentada pero culturalmente secundaria, confinada a los contextos específicos de la guerra y ciertos rituales de danza. Los adornos consistían en plumajes o penachos, probablemente de tamaño modesto, que complementaban otros elementos del atavío bélico o ceremonial. Esta costumbre, ligada a una era de conflicto y a prácticas rituales particulares, no tuvo continuidad en la era moderna y no guarda ninguna semejanza con la imagen estereotipada de la gran corona de plumas.
El análisis exhaustivo de la cultura material, los registros históricos y el archivo visual demuestra de manera concluyente que el genio artístico y la expresión simbólica del adorno cefálico mapuche residen en otras materialidades. Son el arte textil y la orfebrería en plata los que articulan los conceptos centrales de su identidad. El trarilonco, en sus formas tejidas y metálicas, se erige como el auténtico y perdurable símbolo de estatus, sabiduría, linaje y poder. Es este cintillo, y no un tocado de plumas, la prenda que verdaderamente representa la identidad mapuche ceñida a la cabeza.
La persistencia del estereotipo del «indio con plumas» y su aplicación indiscriminada al pueblo mapuche es un claro ejemplo de cómo las representaciones visuales hegemónicas pueden borrar las historias, estéticas y cosmovisiones únicas de los pueblos originarios. Corregir esta percepción errónea no es un mero ejercicio de precisión académica; es un acto de respeto intelectual que contribuye a una comprensión más justa y precisa de la inmensa diversidad cultural del continente americano. Reconocer al trarilonco como el emblema cefálico mapuche por excelencia es, en definitiva, valorar una cultura en sus propios términos, más allá del penacho.
Fuentes y Referencias
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Se hace referencia al ….Cacique Lloncon…..perdon por mi limitado conocimiento. No existe el cacique en la cultura mapuche,eso es una palabra del caribe o centroamerica. Creo que es importante aclarar esto. Pido disculpas porque no tengo tilde,ni signos de parentesis.